martes, 24 de agosto de 2010

Ando medio melancólica y triste. En estos últimos días me han sucedido tantas cosas, desde buenas hasta no muy buenas, pero de todo lo que me ha pasado estoy muy agradecida de Dios, pues soy fiel creyente de que todo pasa por alguna razón. Hace algunas semanas, tuve el privilegio de conocer un niño, a penas 17 años tiene y recién salido de la secundaria. Su presencia y el conocerle fue de gran impresión en mi persona, porque cuando lo vi, pensé que era un niño mas que fue en busca de ayuda a la organización de la cual soy parte, pero en el momento del despeje mental-ocio, el vio un piano y simplemente se sentó, nadie le estaba prestando atención pero la conexión que sentí al ver como el ejecutaba una pieza de jazz basto para que fuera dueño y señor de mi tiempo y mi atención por un buen rato. El piano en mi vida señores significa algo importante, aunque aun no he podido aprender a tocarlo, cosa que espero que sea en su justo y necesario tiempo, es un instrumento con el cual me siento identificada, porque tiene sonidos graves y leves, es decir, es sumamente intenso como yo, pero sin matices, es enteramente blanco o enteramente negro, nunca gris...



Pues así me he sentido últimamente, en el vaivén de las intensidades, un día estoy sumamente extasiada por alguna buena noticia, y otro día un intento fallido de ilusión tan rápido como decir “Dos” me aniquila sin pedir permiso y sin pedir perdón, la sombra de lo que creí sentir en ese momento de felicidad. Es que la línea que divide la felicidad de la tristeza es tan delgada como el hilo que con tanto empeño teje una araña. Por otro lado, en uno de mis momentos de reflexión, a veces siento que todo esto que estoy viviendo actualmente es una especie de eco, una repetición constante de lo mismo, es que son actores secundarios distintos, pero misma trama y misma protagonista, ese sonido vacío, bizarro, y desconcertante se ha vuelto repetitivo, pero a la vez adaptable, por que siempre caigo en lo mismo.

No hay comentarios: